Comentario
El Príncipe de la Paz, Godoy, fue objeto, desde el momento mismo de su acceso al poder a finales de 1792, de duras invectivas, siendo tratado en todo momento con frialdad por la nobleza cortesana. Castro Bonel y Teófanes Egido han publicado algunas de las miles de sátiras clandestinas que, junto a grabados malévolos, lo presentaban como un monstruo voluptuoso, oprobio del género humano y sepulturero de España.
Gran parte de esa oposición estaba formada por aristócratas, arandistas muchos de ellos, que deseaban participar en el poder en la línea expresada por el conde de Teba en su Discurso sobre la autoridad de los ricos hombres. La agitación opositora encontró cobijo y estímulo en el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, convertido en el enemigo más activo del otro príncipe, el de la Paz, hasta el punto de formarse en torno al heredero el denominado partido fernandino, dedicado a desprestigiar por todos los medios, incluida la calumnia más soez, al valido y a los reyes.
En la actitud de Fernando, alentando las campañas denigratorias hacia su madre, la reina María Luisa, y de apoyo a la oposición aristocrática, tuvieron un papel sobresaliente Escóiquiz y su propia esposa. El canónigo Juan Escóiquiz, el preceptor de Fernando, era un hombre falto de escrúpulos, que enemistó al heredero con los reyes, mientras que la princesa María Antonia de Nápoles, la primera esposa de Fernando, con la que se había casado en 1802, seguía la línea de su familia, antinapoleónica, enemiga de Francia y proclive a Inglaterra. Desde el cuarto de los príncipes se efectuaba una constante e inclemente crítica a Godoy y los reyes, difundiéndose todo tipo de sátiras por medio de las redes familiares y clientelares de aristócratas fernandinos, como los duques del Infantado y San Carlos, el marqués de Ayerbe y los condes de Orgaz, Teba y Bornos, quienes con su actitud y su prestigio social legitimaban la oposición y lograban se sumaran al movimiento sectores sociales muy diversos.
El fallecimiento prematuro de la princesa María Antonia en mayo de 1806 dejó a su esposo, Fernando, como abanderado de una oposición que veía en él la esperanza de un nuevo rumbo para la política española, una especie de mesías deseado, único capaz de derribar a Godoy y forzar la abdicación de Carlos IV.
Las actividades del partido fernandino se mantuvieron en los niveles de la sátira y la difamación, fomentada y pagada por el príncipe de Asturias, hasta octubre de 1806, en que Fernando consideró que debía dar un paso cualitativo importante en su sordo enfrentamiento con Godoy, aprovechando su momentánea debilidad. En los meses anteriores a octubre de 1806, Godoy había mantenido contactos y negociaciones secretas con las cortes británica y rusa para tantear una posible entrada de España en una coalición antinapoléonica que se preparaba. Sin embargo, en octubre de 1806, Napoleón logró la importante victoria de Jena frente a los prusianos. Pese a que Godoy abandonó entonces sus veleidades antinapoleónicas, el emperador francés había perdido su confianza en Godoy, y Fernando intentó aparecer ante el gobierno francés como el sustituto más idóneo para tener el respaldo de Napoleón.
La situación se hizo más tensa en los primeros meses de 1807 por dos motivos. El primero, por las diferencias entre Godoy y el entorno de Fernando a la hora de buscar para el heredero una nueva esposa. Mientras que Godoy postulaba a su cuñada, ya que estaba casado con una de las hijas del infante Don Luis, Escóiquiz manejaba los hilos para que fuera una princesa Bonaparte, que estableciera unos lazos más estrechos, incluso familiares, con Napoleón. Con ese fin, el canónigo se había entrevistado con el embajador francés, François Beauharnais, en junio de 1807, y el propio Emperador había utilizado la posibilidad de casar a Fernando con su sobrina Carlota, hija de Luciano, con propósitos dilatorios y de presión sobre el heredero de la Corona española.
El segundo motivo era estrictamente cortesano. Carlos IV concedió a Godoy el tratamiento de Alteza Serenísima, lo que equivalía a confirmar en el valido el favor del rey. Para Fernando y su partido la decisión fue considerada como el inicio de una conjura destinada a apartar a Fernando de la sucesión al trono y a nombrar a Godoy como regente a la muerte de Carlos IV, desenlace probable pues el rey había estado muy enfermo en el otoño de 1806, temiéndose por su vida. Para contrarrestar lo que se estimaba una conspiración contra el orden legítimo de la sucesión, Fernando firmó un decreto, sin fecha, nombrando al duque del Infantado capitán general de Castilla y al conde de Montarco, presidente del Consejo de Castilla y decidiendo el retorno de Floridablanca a la Secretaría de Estado. En los últimos días de octubre de 1807 el rey declaró en El Escorial a sus vasallos que "una mano desconocida le había revelado el más ignominioso e inaudito plan urdido contra Godoy" y destinado a situar en el trono a su hijo Fernando, tras obtener su abdicación, y que los conjurados, miembros todos ellos de la nobleza, contaban con la aprobación del príncipe de Asturias y habían solicitado la protección del Emperador. Fernando fue recluido en sus habitaciones, y el rey ordenó celebrar misas en acción de gracias.
Desterrados los más destacados conjurados, como Escóiquiz, el duque del Infantado o el conde de Montarco, y acusados de alta traición los condes de Orgaz y Bornos y el marqués de Ayerbe, el perdón concedido al príncipe de Asturias por su padre el rey, a instancias de su confesor, el arzobispo de Palmira Félix Amat, significó un golpe al prestigio de la institución monárquica, que primero había detenido al príncipe heredero para exculparlo poco después, imagen que se vio todavía más empañada cuando los jueces designados por el Consejo de Castilla declararon inocentes a los cómplices desterrados y detenidos.
La forma en que se resolvió la llamada Conspiración de El Escorial creó un fuerte sentimiento de desconfianza hacia Carlos IV, a quien pocos creyeron, y terminó por fortalecer la posición del partido fernandino. La mayoría de los españoles sospechó que Godoy había tramado un complot destinado a desacreditar e incriminar a su rival, y que los reyes lo habían secundado, uniendo su suerte a la del Príncipe de la Paz. Fernando ganaba en crédito como medio de desembarazarse de Godoy y recuperar para la monarquía el prestigio perdido; la aristocracia se convertía en portavoz de las quejas contra la tiranía del favorito y en depositaria de los valores sociales tradicionales; y, por último, Bonaparte pasaba a ser un colaborador de la justa causa fernandina para acabar con Godoy. El poeta Quintana, que en 1795 había publicado un entusiasta homenaje al Príncipe de la Paz por la firma del Tratado de Basilea, vio a la España de fines de 1807 "atada, opresa, envilecida" por el mismo a quien había dedicado versos encendidos de elogios. Por entonces, la España atada de Quintana sólo tenía dos alternativas: actuar a la manera de la familia real portuguesa, abandonando la Corte y buscando refugio en Cádiz o América, para así recuperar su independencia, una opción que Godoy planteó a sus soberanos, o bien acabar con Godoy y forzar la abdicación de sus valedores, los reyes.
El partido del príncipe heredero tuvo una nueva ocasión para forzar esa segunda alternativa, esta vez no desaprovechada, entre el 17 y el 19 de marzo, en el Sitio Real de Aranjuez. Un motín popular organizado por los partidarios de Fernando asaltó y saqueó el día 17 la residencia de Godoy en Aranjuez, en cuyo palacio se encontraba la familia real. Era una prolongación de los sucesos de El Escorial, con los mismos protagonistas e idéntica finalidad, si bien mejor y más concienzudamente preparada: la guarnición fue cambiada el 16 de marzo, y fue trasladado desde Madrid al Sitio un número indeterminado de alborotadores convenientemente retribuidos por los organizadores, entre los que destacó nuevamente el conde de Teba, que utilizó para esta ocasión el alias de Tío Pedro. Carlos IV, obligado por las circunstancias, firmó la destitución del valido el día 18, y en la festividad de San José abdicó en su hijo, coincidiendo con el envío de Godoy preso al castillo de Villaviciosa.
Era un hecho insólito que un monarca fuera forzado a abdicar por una parte importante de la aristocracia y por el príncipe heredero, si bien los virtuales vencedores del motín se vieron obligados por Napoleón a dejar a Carlos IV bajo la protección de Murat, lo cual venía a suponer que, en el caso de ser conveniente a los intereses napoleónicos, Carlos IV podía ser repuesto en el trono, y obligaba a Fernando a lograr el espaldarazo del Emperador que confirmara su acceso al trono por medios tan inadecuados. De hecho, el nuevo rey prometió a Napoleón estrechar al máximo los vínculos de la amistad hispano-francesa y solicitó que las tropas de Murat, situadas en las inmediaciones de Madrid, fueran acogidas en la capital como amigas, haciendo su entrada el 23 de marzo.
A la espera de la decisión del Emperador sobre confirmar o no a Fernando, se celebró con entusiasmo la caída de Godoy. Se celebraron numerosos tedeums en acción de gracias, se destruyeron y quemaron sus efigies y se difundieron escritos satíricos proclamando la alegría por la desaparición del favorito y piezas que glorificaban al rey Fernando. Comparado Godoy con Nerón, Amán y Luzbel, y tildado de avaro, ladrón, tirano, traidor y libidinoso, Fernando VII era exaltado como libertador y mesías. "Ya España ha resucitado /con su nuevo rey Fernando".
Muchos godoyistas fueron perseguidos, como Manuel Sixto Espinosa o José Eustaquio Moreno, cuyas casas fueron asaltadas por la multitud y ellos mismos sometidos a proceso, y el camarista de Castilla José Navarro Vidal, mientras que el responsable del proceso desamortizador fue asesinado. Por el contrario, personajes damnificados por Godoy recuperaron sus cargos o lograron ascensos. Volvieron al Consejo de Castilla Colón de Larreategui, Lardizábal, el conde del Pinar, Benito Ramón de Hermida y Domingo Codina, y los dos primeros ingresaron como miembros de la restringida Cámara de Castilla, mientras que el conde del Pinar recibía el encargo de procesar a Godoy; Meléndez Valdés recuperó su puesto en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, y Bernardo Iriarte ingresó en el Consejo de Indias. Los acontecimientos posteriores se encargaron de que sus destinos fueran divergentes: mientras Lardizábal, Meléndez Valdés y Bernardo Iriarte se convertirían en afrancesados y tendrían un papel activo en el estado josefino, Colón de Larreategui y el conde del Pinar siguieron fieles a Fernando VII, si bien opuestos al proceso constitucional abierto en Cádiz, en el que destacó Benito Ramón de Hermida como primer presidente provisional de las Cortes.
Los acontecimientos de El Escorial y Aranjuez fueron determinantes en los cambios de actitud de Napoleón. Miguel Artola ha señalado tres etapas en el pensamiento napoleónico respecto a España. La primera, denominada de intervención, abarcaría el período comprendido entre 1801 y los sucesos de El Escorial de octubre de 1807. En ella, Napoleón tuvo como objetivo hacer de España, con la colaboración de Godoy, una aliada sumisa a sus directrices políticas. La segunda etapa, de desmembración, se iniciaría en noviembre de 1807 para finalizar con los sucesos de Aranjuez en marzo de 1808.
En esos meses, Napoleón decidió incorporar a Francia las provincias españolas del norte, desde Pasajes y Fuenterrabía hasta San Carlos de la Rápita, en Tarragona, estableciendo en el río Ebro la nueva frontera franco-española. Para ello afianzó su ejército en la Península, en la que había penetrado bajo el pretexto de intervenir en Portugal, y estudió la posibilidad de casar al viudo Fernando con alguna de sus sobrinas imperiales. Los sucesos de Aranjuez, prueba inequívoca del caos político en que se encontraba la Corte española, le decidieron por una solución distinta a la desmembración y que le permitía estabilizar la situación española asimilando España a su Imperio. Es la tercera etapa, denominada por Artola de sustitución, y en la que Napoleón consideró obtener de una sola vez toda España y sus colonias americanas.
Ya que creía imposible restablecer en el trono a Carlos IV contra la opinión de gran parte de la nación, y no deseaba reconocer a Fernando VII, sublevado contra su padre, Napoleón decidió el reemplazo de la dinastía de los Borbones por un miembro de su propia familia.